La joroba

La joroba
Aquilino Duque

Decía Carl Schmitt que un camello es un caballo hecho por un parlamento. La Constitución de 1978 es uno de esos camellos, cuya joroba más llamativa es el Título VIII, que no ha dejado de enconársele al festejar su primer cuarto de siglo. Eso pasa porque esa joroba, más que joroba, es un absceso con trazas de tumor maligno que está pidiendo a gritos una intervención quirúrgica. La coyuntura no puede ser más favorable, pues los fastos del cumpleaños dieron pie a la clase política, no sólo de la oposición, sino del propio partido del Gobierno, poco después invertidos los papeles, para pedir la reforma de la Carta Magna, y ninguna reforma más urgente que la extirpación de esa joroba cancerosa antes de que haya metástasis.
Otros habrá con otras prioridades, según que lo que se quiera sea la unidad de España o su descuartizamiento. Lo que sea, habrá que hacerlo a escape, antes de que España pierda la poca autonomía que le queda a manos del eje París-Berlín, reforzado por Italia, siempre pronta a acudir en socorro del más fuerte. Mucho me temo que, cuando entre en vigor la masónica Constitución de Giscard d’Estaing, esa Ley de Leyes de que tanto nos ufanamos, sea enviada al trastero de las Cortes a hacer compañía a las Leyes Fundamentales del Régimen anterior.

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