Un acto de servicio



En marzo de 1949 cursaba yo primero de Derecho en la Universidad de Sevilla cuando me pidió doña Luisa Huertas, directora del Colegio San Ramón, donde cursé el Bachillerato, que acudiera a la reunión ut supra como si yo fuera el profesor titular de Formación Política del Colegio, en el que esa disciplina brillaba por su ausencia. Mucho era lo que yo le debía a doña Luisa como para negarle este servicio, así que me personé en el lugar indicado en la fecha y hora notificadas. Había ya otras personas, mayores que yo por supuesto, en representación de otros centros docentes, y nos recibió un hombre joven, bien vestido y bien educado, con un bigotillo para aparentar más edad y con todas las trazas de estrenar el cargo. Debía de venir de Madrid y puede que fuera aquél su primer destino importante. Su acento era castellano, o sea, de Despeñaperros para arriba. A mí no me llegaba la camisa al cuerpo con el temor de que descubrieran mi superchería forzosa, pero pronto me tranquilizó su manera de hablar. Se nos convocaba para hacernos saber la existencia de unos campamentos de verano en la Sierra de Aracena, en Galaroza o Fuenteheridos o Alájar, para alumnos de segunda enseñanza que no tenían posibilidades de ir de veraneo. Entre los oyentes había de todo, pero había uno en particular, hombre fornido con bigote, pelo crespo con entradas
y expresión adusta que con frases enérgicas preguntó si a los niños con beca se les podía obligar a inscribirse. El Jefe de Enseñanza dijo que no; que lo que había que hacer era explicar las actividades y los atractivos del campamento, pero que la asistencia había de ser voluntaria, no impuesta. No quedó el del bigote muy conforme, pero eso es lo que había. Cuando el Jefe nos despidió dándonos la mano, el del bigote pegó un taconazo e hizo el saludo romano, al que el otro respondió como por compromiso levantando el brazo a media altura. Semanas más tarde, una mañana de domingo hubo en el cine Pathé de la calle de la Cuna una matinée de documentales organizada por el Frente de Juventudes y vi al joven Jefe madrileño de uniforme esta vez, un uniforme gris muy bien cortado con botas altas y correaje, rodeado de flechas de uniforme. No creo que me viera, y si me vio no reconoció en mí al inexistente profesor de Formación Política del Colegio San Ramón.

Comentarios

  1. http://luminar21.blogspot.com/2011/03/rojo-y-negro.html

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