Centenario de un viaje

En la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y con el patrocinio de la Fundación de Cultura Andaluza, se conmemoró el viernes 8 de marzo el centenario del viaje que el poeta Rainer Maria Rilke realizó a España con una auténtica lección magistral del jurista y literato don Antonio Pau Pedrón. No cabe resumir en pocas palabras la fuerza con la que el orador, que además es germanista, logró conjurar la figura y la obra del poeta. A mí me removió muchas cosas y me hizo remover algunos libros, entre cuyas páginas hallé estas versiones juveniles que acreditan lo antiguo de mi devoción.

                                           NACIMIENTO DE CRISTO




De no tener esa inocencia, ¿cómo hubiera podido

pasarte lo que hace ahora relucir la noche?

Mira, el Dios que rugía sobre los pueblos,

se hace manso y en ti desciende al mundo.



¿Es que lo imaginabas aun más grande?



¿Qué es la grandeza? Todas las medidas

que él tacha, cruza firme su destino.

No hay estrella que iguale su sendero.

Ya ves tú si son grandes estos reyes,



y depositan ante tu regazo



los tesoros que en más estima tienen

y a ti esta ofrenda puede que te asombre…:

Pero mira en los pliegues de tu ropa

y verás cómo él ya es lo más valioso.



Todo el ámbar traído desde lejos,



cada joya de oro y la especia aromática

que turba y embriaga los sentidos,

todo eso fue de breve duración

y al cabo causa de arrepentimiento.



En cambio (ya verás): El da alegría.

(Das Marien-Leben)




Día de Otoño


Señor, ya es hora. Fue muy largo el verano.

Lanza sobre el reloj de sol tu sombra

y suelta el viento por los campos.



Ordena madurar a los últimos frutos;

dales dos días más de Mediodía,

aprémialos a que cuajen e infunde

una última dulzura al vino generoso.



Quien hoy no tenga casa ya no la tendrá nunca.

Quien ahora esté solo lo estará para largo,

velará, leerá, escribirá largas cartas

e inquieto vagará de un lado a otro

por alamedas de hojas secas.





(Das Buch der Bilder)




Hazme guardián de tus distancias,


hazme oyente a la piedra,

abre de par en par mis ojos

a la soledad de tus mares;

déjame acompañar el curso de tus ríos

del griterío de ambas márgenes

al fragor hondo de la noche.



Mándame a tus desiertas posesiones,

por donde cruzan anchos vientos,

en donde grandes claustros como túnicas

se alzan sobre vidas no vividas.

Allí me sumaré a los peregrinos;

no habrá ya engaño que me aparte

de sus figuras y sus voces,

y tras un ciego anciano iré

por la senda que no conoce nadie.



(Libro de horas. III. Libro de la pobreza y de la muerte)

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares