Memorias y epistolarios




La suerte de Carande fue que, cuando lo detuvieron, el celoso Carrillo había sido ya sustituido por aquel anarquista con nombre de rey mago y con el sobrenombre de «El ángel de las prisiones»

MI viejo y fraternal amigo Bernardo V. Carande publicó unas Memorias que cuanto menos cabría calificar de anárquicas e ingenuas. Hace muchos años, cuando yo vivía en Roma y colaboraba en Destino y me carteaba con Umbral, me permití indicarle a éste, no recuerdo si directa o indirectamente, que el conformismo estaba cambiando de signo. No lo decía yo por clarividencia, sino porque vivía en Italia, que en punto a neo-conformismo nos llevaba unos años, no tantos, de delantera. Han transcurrido tres decenios largos desde entonces y ese neo-conformismo de antaño es hogaño conformismo a secas y se le ha bautizado con el nombre de «corrección política». En nombre de esa «corrección política» no hay plumífero que se respete que deje de asestar al moro muerto la lanzada, o el alfilerazo, ritual. En esos alfilerazos, que no llegan a lanzadas, abundaban estas desiguales Memorias, vivamente recomendables por ello a los lectores que luchan heroicamente contra el fantasma del moro muerto, que son legión. Hecha esta recomendación, que no dudo surta efecto, quisiera hacer otra, y es que el autor, que no oculta sus antipatías mayormente póstumas y retroactivas, tiene el sumo rasgo de honradez y de decencia de transcribir en su integridad una carta, fechada el 30 de septiembre de 1937, que su madre, María Rosa de la Torre, dirigió a su madre y sus hermanos desde San Sebastián, una vez toda la familia a salvo, en la que el autor, de cinco años a la sazón, describiría torpemente andando el tiempo como la «llamada» zona nacional.
Hoy que tanto se habla de «memoria histórica», no les vendría nada mal echar un vistazo a esa carta a sus actuales manipuladores, sicofantes, que no discípulos, muchos de ellos de don Ramón Carande en su acogedora senectud. Cuando un hombre se sale de lo común, los franceses dicen o decían Cherchez la femme. La calidad de Carande queda refrendada por la mujer que escogió para compartir su vida y ser la madre de sus hijos. Hermana de Claudio y Josefina de la Torre, prima de Néstor y de los hermanos Millares, podía haber figurado con luz propia en aquella constelación de canarios ilustrados que fue su familia. No puedo olvidar la impresión que me causó —vivía yo entonces en Alemania— la lectura en Capela, el simpático boletín rural de su hijo Bernardo, de un texto suyo en que hablaba de Schubert y El rey de los alisos. Como tampoco puedo olvidar el que años antes apareciera en una lectura mía de versos en el Ateneo de Sevilla y me dijera esas pocas palabras que a un joven de veintipocos años lo afianzan en su vocación. He aquí por qué no puedo leer sin emoción esa carta que echa por tierra todas esas películas, novelas, memorias y reportajes con que se envilece a los españoles de hoy falseándoles su historia.
Precisamente por los mismos días llegaban a mis manos las cartas que otro amigo inolvidable, Vicente Aleixandre, envió a otro gran amigo, José Antonio Muñoz Rojas. El epistolario es una delicia y también es muy revelador de la realidad de aquellos años, con sus luces y sus sombras (muerte de Miguel Hernández, ingreso de Aleixandre en la Academia, por ejemplo). Su lectura es tan grata como aquellas visitas que los jóvenes poetas le hacíamos al poeta yacente en su hotelito de Velintonia. Decía Hegel que un hombre libre es un hombre que no tiene necesidad de salir de su casa. Si hubo un hombre libre en aquellos años en España, ése fue Vicente Aleixandre, y a esa libertad se le pondría la etiqueta póstuma de « exilio interior » , patente contradicción en los términos. El epistolario está ordenado y cuidado por Irma Emiliozzi, quien en su Introducción nos da la asombrosa noticia de que, en los primeros días de nuestra guerra, Vicente Aleixandre, víctima de una vil denuncia, pasó veinticuatro horas en una cheka de la que vino a sacarlo su amigo Pablo Neruda, cónsul aún de Chile. A Carande en cambio quien lo sacó fue Juan Lladó, el mismo que acabada la guerra metió en el Banco Urquijo a Muñoz Rojas. La suerte de Carande fue sobre todo que, cuando lo detuvieron, el celoso Carrillo había sido ya sustituido por aquel anarquista con nombre de rey mago que mereció el sobrenombre de «el ángel de las prisiones».
ABC (Sevilla) - do., 05 ene. 2014

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