La cofradía de los Estudiantes

                   La Angustia y la Buena Muerte o la hermandad de los Estudiantes
    Al hablar de la Cofradía de los Estudiantes de Sevilla, yo no tengo más remedio que volver sobre los tiempos en que en Sevilla fui estudiante, cuando la Hermandad se alojaba en la iglesia de la Anunciación, paredaña con la antigua casa profesa de la Compañía de Jesús, sede en mis tiempos de la Universidad Hispalense.  De todos mis maestros guardo un grato recuerdo, y uno de ellos en especial fue para mí un estímulo y un ejemplo y en cierto modo marcó el derrotero de mi vida.  Me refiero a don  Ignacio María de Lojendio.  En aquellos años, Lojendio, cuya palabra nos embelesaba en sus breves y fulgurantes clases universitarias, había protagonizado dos acontecimientos culturales de los que habló toda la ciudad; uno, su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el domingo 26 de noviembre de 1950, y otro, pocos meses más tarde, el domingo 4 de marzo de 1951, IV de Cuaresma, Dominica de laetare, el Pregón de Semana Santa.  Uno fue consecuencia del otro, y ambos una jubilosa meditación sobre la muerte.  La edición y la distribución del Pregón corrió a cargo de dos hermandades señeras: la de los Estudiantes y la de la Amargura, y el germen de lo que había de ser el Pregón estaba ya en el discurso de Buenas Letras, donde Lojendio, apoyándose en Séneca y en el P. Nieremberg, dice textualmente: “La materialidad de la muerte no interesa; lo que importa es morir bien o mal -…”   El discurso académico de Lojendio era un extracto de un opúsculo titulado La muerte, en el que extraía unas novedosas consecuencias del pensamiento de un filósofo entonces muy en boga: Martin Heidegger. Con el apoyo de muy vastas y varias lecturas, a partir de un substrato cultural nada improvisado, venía el profesor Lojendio a concluir que ni la vida ni la muerte eran hechos absurdos, sino que ambas se daban mutuamente sentido y razón de ser.  Lo novedoso de Lojendio era la sustitución de la nada heideggeriana por la Resurrección paulina, argumento decisivo para que la muerte sea una buena muerte. 
    Del mismo modo que ese concepto senequista, pasado por las angosturas de Kierkegaard, de Scheler, de Unamuno, de Heidegger hasta desembocar en el más moderno de todos, en Pablo de Tarso, fue el germen del canto a la fe, a la esperanza y a la caridad en que consistió el Pregón de Semana Santa de aquel joven catedrático, la cofradía de sus alumnos y compañeros, paredaña, repito, del claustro universitario de la calle Laraña, una cofradía joven, tanto por sus hermanos como por la fecha de su fundación, tenía el suyo en el Crucificado de Juan de Mesa que desde el siglo XVII estaba ya en la iglesia de la Anunciación, en una imagen que respondía precisamente a la advocación de Cristo de la Buena Muerte. Esta obra de arte de la gran imaginería sevillana del Barroco fue la imagen y el símbolo más adecuados para una hermandad fundada en el Laboratorio de Arte de la Universidad.  Desfiló procesionalmente en 1926, a los dos años de la fundación de la Cofradía, y estuvo por así decir huérfano de madre hasta 1931 en que un imaginero de la época, Antonio Bidón, tío carnal por cierto del poeta Luis Cernuda, tallara una Dolorosa bajo la advocación de Nuestra Señora de la Angustia.  No sé si se hizo a propósito esta asociación de conceptos, el de la Angustia y el de la Buena Muerte, al denominar la nueva imagen, pero sí que es cierto que el pregonero universitario de 1951 los tuvo muy presentes y los desarrolló con gran sutileza cuando habló de las “angosturas” antes mencionadas en la gran filosofía de su tiempo: desde el Angst de Kierkegaard hasta la agonía de Unamuno. 

    Las “angosturas” en que los españoles se metieron en 1931 no tenían más remedio que repercutir en las hermandades de penitencia. La separación de la Iglesia y el Estado se entendió como enfrentamiento de la Iglesia y el Estado y, dado que, según una voz dominante entonces, “España había dejado de ser católica”, el Rector de la Universidad decretó la clausura de la capilla universitaria, donde las imágenes quedaron en situación de arresto, mientras la hermandad se refugiaba en la iglesia del Salvador donde las adoraba en fotografía.  Esta angustiosa situación duró hasta 1935 en que por fin pudieron procesionar, hasta que en 1936 estuvieron a punto de dejar de hacerlo por mucho tiempo.  Muchas imágenes sevillanas se vieron obligadas a “entrar en la clandestinidad”, por así decir, a esconderse y disfrazarse para no correr la suerte que había corrido la Hiniesta y pudo haber corrido la Macarena: de arder con sus templos.  La iglesia de la Anunciación, por su proximidad al foco del Alzamiento militar, se libró de correr esa suerte y pudo luego acoger a la Macarena mientras se edificaba su nuevo templo. 

    Todo eso era historia pasada cuando yo llegué al patio de Maese Rodrigo, donde ya los estudiantes convivían pacíficamente con su hermandad.  Esa convivencia seguiría al trasladarse la Universidad a la antigua Fábrica de Tabacos, y eso que en años venideros no faltarían turbulencias no ya en  la Universidad, sino en la Iglesia misma.  Cuando hay Fe y Esperanza y Caridad importan muy poco las inevitables “angosturas”  que hacen la vida angustiosa y agónica la muerte.

ABC de Sevilla, domingo 6 de abril de 2014

N.B. La Dolorosa de Antonio Bidón fue sustituída al cabo de cierto tiempo por la de Juan de Astorga,

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